El Pésame

Tan pronto como se produce la muerte de una persona, acuden presurosos a la casa del finado, los que fueron sus amigos o conocidos. Vestidos de negro, especialmente las mujeres, llevan por ejemplo a una viuda palabras y frases de consuelo que forman una verdadera letanía, durante la cual se recuerda entre llantos y suspiros, las virtudes reales o ficticias del que acaba de fallecer y se formulan fervientes votos, para que su alma goce de la protección divina y encuentre la paz.

Terminada esta parte de la ceremonia, siempre a cargo de la plasticidad emocional de las mujeres (entre las que suele figurar un grupo de “lloronas”); se hace entrega a los deudos, a la viuda, en el caso en referencia, de algunos presentes: bolsas de papas, trigo, habas, harina, algunas aves, corderos, etc. o sencillamente una determinada sume de dinero.

Parte de esta ayuda está destinada a paliar la situación económica de los deudos, que se supone deteriorada por la pérdida de uno de sus miembros. El resto de los aportes, servirá para cubrir los gastos que originará el velorio y los rezos, que se prolongarán por nueve noches consecutivas. En la última noche, llamada del remate, se pone término a todo el ceremonial con un gran banquete, en agradecimiento a los asiduos asistentes al novenario. Esta comida final, se caracteriza por la desmedida abundancia de todo tipo de alimentos, especialmente carnes y pan. Se supone que todo lo que en esa oportunidad se consuma, equivale a lo que el finado habría comido, si hubiese continuado en el mundo de los vivos. Y por tal razón, debe reinar la abundancia en las viandas ya que su memoria no puede ser ofendida o dañada con la mezquindad o escasez, una actitud semejante impediría el ansiado reposo y sosiego para su alma.

Este opíparo banquete final, para los que se supone, mantuvieron con su presencia, en velorios y rezos, contactos mágicos con el muerto, tiene cierto parentesco, por supuesto que salvando las grandes diferencias, con las ofrendas que otros pueblos hacían a sus muertos. Por ejemplo los egipcios llevaban al templo de las ofrendas, frente a la tumba del faraón, los mejores productos de sus cosechas, para que fuesen consumidos por el distinguido difunto en la otra vida. Es de suponer que los sacerdotes, a cargo de los templos, no dejarían perder tan valiosos productos y oportunamente cambiarían el destino de ellos.