El Deñ

El antipático tiuque, revolotea durante el día, de un sitio para otro, en busca de los desperdicios doquiera los encuentre, desempeñando en triste aunque saludable papel de policía de aseo. En los pueblos pequeños, su presencia es tan familiar, que llega a confundirse con los animales domésticos. Es frecuente verlo parado sobre el lomo de un cerdo, que continúa su marcha sin inmutarse, por la presencia del pajarraco, que de paso le va comiendo los parásitos. Este pajarraco sirve, durante la noche, junto al búho, de modelo a los brujos para transformarse en un ave distinta; que tiene de búho los ojillos redondos, semiocultos por fino plumaje y luminosos en la noche; todos los demás caracteres, lo identifican con el tiuque: es “el Deñ”. Pero como dijimos, no exactamente el ave nocturna conocida por este nombre,
sino que sólo se le asemeja; puesto que se trata de la encarnación de un auténtico brujo.

En las noches obscuras y silenciosas, la luz roja amarillenta de los ojillos del Deñ, dan a su figura una apariencia fantasmal, realzada por sus escalofriantes gritos, a modo de carcajadas burlonas.

Se detiene en lo alto de un árbol, cercano a la casa elegida, durante varias noches y protegida por la obscuridad, anuncia, con su risa destemplada, una desgracia que afectará a ese hogar o a sus residentes (incendio, muertes, etc.).

En estos casos, es indispensable rodear la casa de sargazo y colocar pequeños montones de “chalotas”, en sus cuatros esquinas y en la pieza de algún enfermo, si lo hay. Además, la mujer mayor de la casa, debe salir y acercándose al sitio de donde provienen los gritos, levantarse tres veces los vestidos, lanzando andanadas de insultos del más grueso calibre, al brujo disfrazado de pájaro. Estas son sólo medidas básicas, para protegerse de los maleficios anunciados por el Deñ, siendo indispensable, recurrir al consultorio de algún machi y poner en práctica sus consejos.