El Coñipoñi

Cuando el pueblo chilote no está dedicado a las faenas  del mar, su actividad se desenvuelve en labores agrícolas, especialmente, el cultivo de la papa.

Este tubérculo originario de Chiloé, hoy su cultivo se ha extendido a gran parte de nuestro planeta, constituyendo uno de los alimentos básicos de la humanidad. Además de ello, los usos que de él pueden hacerse son tantos, que alguien, con gran propiedad, dijo que le agradaría saber para qué no son útiles las papas.

La siembra de la papa, y sus tratamientos ulteriores, cuentan, en el archipiélago, con la colaboración de toda las familia, que participa de acuerdo a sus posibilidades. El instrumento elegido para el caso es el “gualato”, semejante a un azadón, hoy hecho de fierro, los antiguos de la dura madera de luma. Uno de estos gualatos, espera también como indicamos a la dueña de casa, y cuando ella se encuentra aún prodigando los cuidados a una tierna criatura, la papa le proporciona, para su delicado niño, una ama incomparable, la Coñipoñi (de coñi=criatura y poñi=papa).

Entre los tallos tiernos de las matas de los papales y protegida por las hojas, se suele encontrar ( y no es mito), un pequeño y hermoso gusanillo color plomizo; gran parte de su cuerpo está cubierto por un gracioso y blanquecino envoltorio, a modo de capa, que puede ser desprendido fácilmente, pero no es su totalidad, ya que está prendido en el extremo opuesto a su pequeña cabeza.

Conseguir una de estas Coñipoñi, es una gran suerte, manifestaba una señora que tuvo dieciséis hijos y que contó con esta maravillosa niñera. Es incomparable, recalcaba, para calmar a los niños inquietos y llorones: basta dejarla bajo la pequeña almohada de la cuna, para que su virtud se deje sentir, tranquilizando al niño llorón, en forma inmediata.

La Coñipoñi, es muy solicitada por toda madre que trabaje fuera del hogar, ya que gracias a su auxilio, puede realizar sus faenas, totalmente despreocupada en su inquietud maternal, porque sabe que su criatura estará muy tranquila, bajo los mágicos cuidados de este minúsculo y valioso regalo, hecho a las madres, por los espíritus protectores de los papales, con la intención de facilitar los trabajos, tendientes al mejor desarrollo y multiplicación del tubérculo.

Esta fiel aya, tiene además la notable cualidad de ser muy poco exigente con sus amos, sólo pide compartir una pequeña cantidad de la leche materna, con la que se alimenta el bebé. Cuando el niño puede andar y procurarse distracción con algunos objetos, se considera que la presencia de la Coñipoñi, es innecesaria y por tal razón, se la lleva con maternal cuidado, al papal más cercano y se la deja en libertad, entre las melgas.