El Ruende
Entre los indígenas, como entre los que no lo son, hay individuos muy poco afortunados en amores. Al contemplar esos rostros no sólo feos, sino horribles, o sus figuras contrahechas, no podemos menos que meditar o concluir, que la Naturaleza, ha tomado en esos casos venganza; en contra de la prepotente y orgullosa especie humana. Estos pobres seres, difícilmente encontrarían a una mujer que los ame y que éste dispuesta a compartir su vida con ellos. Lo que les causa gran inquietud, preocupación, angustia y amargura.
Aunque parezca paradojal, el gremio de los feos, llamémoslo así, gusta de niñas hermosas; seguramente incitados por la misma sabia Naturaleza, con el objeto de que la descendencia, no continúe la línea de los seres deformes, sino que gracias a un cruzamiento adecuado, enmienda rumbo y evite así, que la Tierra se pueble de monstruos.
El deseo, la sed imperiosa, que devora a los feos por cruzar su sangre con la de una mujer bella, les afectó la mente, a grado tal, que los llevó a crear y creer, en la existencia de un gran aliado: el Ruende; quien, en cierto modo equivale a Cupido o a Príapo de la mitología europea. Por otra parte, el mito del Ruende, se difundió tanto, que todas las chicas ya no dudaron de su existencia y gracias a las indiscreciones y habladurías de algunas, que contaron haber sido sus víctimas, hemos logrado obtener su descripción. El Ruende es parecido a un perro de mediano tamaño, muy lanudo, color negro, de hocico largo y brillantes ojos de mirada penetrante.
El indio feo, cuando ha logrado encontrar a una muchacha de su agrado, con quien desea formar su hogar y consciente de que debido a su fealdad, sería rechazado a la primera insinuación amorosa; acude a la consulta de un machi brujo, quien le confía o mejor le vende la fórmula, para llama al Ruende, durante cuatro días seguidos debe acudir a la hora del crepúsculo, al pie de un corpulento árbol de “tique”, que crezca a orillas de un riachuelo, desde allí debe llamar por su nombre al Ruende; al cuarto día y ya entrada la noche, aparece el Ruende, confundido entre las sombras y manteniéndose a cierta distancia; al instante debe mencionar el indio, el nombre y dirección de la muchacha, causante de los angustiosos latidos de su corazón. La figura del animal, sin esperar mayores datos, con un leve movimiento desaparece en el bosque, para cumplir la única e importantísima misión que le está encomendada en este mundo. Se acerca a la casa de la muchacha en cuestión, deteniéndose frente a su puerta, a una distancia prudente y semioculto entre los matorrales, para no ser visto por los familiares o curiosos. A los pocos minutos y por arte de magia, hace salir a la muchacha, la que como sonámbula, camina presurosa hasta llegar junto a él, para besarle el hocico empapado en “llapuy” y beber su saliva. Con este acto, la muchacha experimenta gran excitación; siente su cuerpo afiebrado y su corazón palpita con locura. Regresa a su hogar, hace presurosa un paquete con las prendas y objetos más preciados y a hurtadillas, se aleja de la casa paterna, siguiendo los pasos del Ruende, ahora dueño absoluto de su voluntad. No obstante, de sus ojos brotan abundantes lágrimas y su rostro deja traslucir gran pena; pero continúa tras él, sin dar un solo paso atrás, hasta que llega junto al indio contrahecho, que la espera ansioso tras el árbol de “tique”. A su lado, la muchacha, no aprecia la fealdad o deformaciones físicas de su nuevo compañero, porque el amor inspirado por el Ruende, le nubló parcialmente los ojos, que ahora sólo le permiten ver, lo bello y lo bueno, se entrega dichosa, a disfrutar de los goces del amor. Se siente tan llena de felicidad, cual si estuviera con el hombre más perfecto, hermoso o interesante de la creación.
El Ruende, viendo el buen éxito de su misión, desaparece en el interior del bosque, en espera de que otro indígena tan feo como enamorado, solicite sus valiosos servicios.