El Thrauco

El Thrauco

Es de espíritu del amor fecundo, creador de la nueva vida. padre de los hijos naturales. Habita en los bosques cercanos a las casas chilotas.

Para las muchachas solteras, constituye una incógnita que las preocupa y las inquieta. Según opinión de unas, se trata de un horrible y pequeño monstruo, que espanta y de cuya presencia hay que privarse, a toda costa. Otras opinan distinto y manifiestan, que si bien es feo, no es tan desagradable sino, muy por el contrario, atractivo. Otra. en lucha tenaz y permanente, dicen haberlo eliminado se sus pensamientos , en los que alguna vez vibró quemando sus extrañas.

La preocupación por el Thrauco no sólo la comparten muchachas, sino tanto o más que ellas, las madres, que saben muy bien el resultado de sus fechorías. Ellas toman todas precauciones del caso, para evitar que sus hijas ya “solteras”, viajen solas el monte en busca de leña o de hojas de “radial” para el “caedizo” de las ovejas. Pues, generalmente es en el curso de estas faenas, cuando “agarra”, o con más propiedad “sopla”, con su “pahueldún”, a las niñas solitarias; pero nunca si van acompañadas, aún de sus hermanitos menores. El Thrauco no actúa frente a testigos.

El Thrauco, siempre alerta, pasa gran parte del día colgado en el gancho de un corpulento “Tique”, en espera de su víctima: una muchacha que ya tenga formas de mujer.

En cuando obscurece, regresa a compartir la compañía de su mujer gruñona y estéril, la temida “Fiura”.

Cuando desea conocer de cerca, las características de su futura conquista, penetra en la cocina a fogón donde se reúne, al atardecer toda la familia, transformado en un manojo de “quilineja”, que en cuanto alguien intenta asirlo desaparece en las sombras.

A las muchachas que le tienen simpatía, les comunica su presencia depositando sus negras excretas, frente a la puerta de sus casas.

El Thrauco, es un hombre pequeño, no mide más de ochenta centímetros de alto, de formas marcadamente varoniles, de rostro feo, aunque e mirada dulce, fascinante y sensual; sus piernas terminan en simples muñones, sin pies.Viste un raído de quilineja y un bonete del mismo material; en la mano derecha lleva un hacha de piedra, que reemplaza por un bastón algo retorcido el “Pahueldún” cuando está frente a una muchacha.

Todo su interés se concentra hacia las mujeres solteras, especialmente si son atractivas. No le interesan las casadas: ellas podrán ser infieles, pero jamás con él. Cuando divisa, desde lo alto de su observatorio a una niña en el interior del bosque, desciende veloz a tierra firme y con su hacha, da tres golpes en el tronco de tique, donde estaba encaramado y tan fuerte golpea, que su eco parece derribar estrepitosamente todos los árboles. Con ello produce gran confusión y susto en la mente de la muchacha, que no alcanza a reponerse de su impresión, cuando tiene junto a ella, al fascinante Thrauco, que la sopla suavemente, con el Pahueldún. No pudiendo resistir la fuerza magnética, que emana de este misterioso ser, clava su mirada en esos ojos centelleantes, diabólicos y penetrantes y cae rendida junto a él, en un dulce y plácido sueño de amor. Transcurridos ¿minutos? ¿horas?, ella no sabe; despierta airada y llorosa; se incorpora rápidamente, baja sus vestidos revueltos y ajados; sacude las hojas secas adheridas a su espalda y cabellera en desorden, abrocha ojales y huye, semiaturdida, hacia la pampa en dirección a su casa.

Amedida que transcurren los meses, van apreciándose transformaciones, en el cuerpo de la muchacha, poseída por el Thrauco. Manifestaciones que en ningún instante trata de ocultar, puesto que no se siente pecadora sino víctima de un ser sobrenatural, frente al cual, sabido es, ninguna mujer soltera está lo suficientemente protegida.

A los nueve meses nace el hijo del Thrauco, acto que no afecta socialmente a la madre ni al niño, puesto que ambos, están relacionados con la magia de un ser extraterreno; quien, no siempre responde al “culme”, lanzado con el objeto de alejarlo y escapar de los efectos de su presencia; o los azotes dados a su Pahueldún, que deberían afectarlo intensamente; como en igual forma a la quema de sus excrementos. Su potencia es tal, que en ciertas ocasiones, nada ni nadie puede detenerlo.

El mito del Thrauco, ha desempeñado importantísimos papeles en el curso evolutivo de la mente: en épocas muy remotas, su presencia fue invocada, para explicar el extraño fenómeno del nacimiento de un niño; puesto que los pueblos primitivos, en general, no establecieron relación alguna, entre el acto sexual y el nacimiento de una criatura; la aparición de esta nueva vida, la culparon a fuerzas mágicas o a un ser extraterreno; dando así explicación a este maravilloso acontecimiento. Hasta no hace mucho tiempo, en las selvas amazónicas, existían tribus indígenas que sustentaban esta creencia.

Cuando el conocimiento humano logró explicar racionalmente, el verdadero origen de un niño; el Thrauco, no cayó se su trono y continuó reinando, pero con un papel distinto, en favor de la armonía social; actuando, primero de freno al instinto sexual de las muchachas, ayudándolas por el temor, a conservar su virginidad y pureza. Y ante los hechos consumados, constituyó una muy satisfactoria disculpa, frente al embarazo y parto de una mujer soltera. Mostrando a la madre y al niño, como víctimas inocentes y ajenas a todo pecado; lo que les permitía vivir, sin alteraciones en su contextura moral.

En la figura del Thrauco, todo es simbolismo sexual, su hacha de piedra, con la que golpea, tan fuerte, en el tronco de los árboles; su Pahueldún, bastón hueco, con el que “sopla” a las muchachas y las hace caer, en un sueño de amor fecundo, y hasta los muñones de sus piernas.