El Curanto
Aunque aparentemente ajeno a este capítulo, menciono el “Curanto”, a continuación de las ceremonias ígneas, porque al parecer guarda estrecha relación con ellas.
En la actualidad, el Curanto es una vianda muy apetecida por algunos paladares y también una forma de conservar ciertos alimentos, especialmente mariscos y algas, que después se entregan al comercio.
Todo hace suponer, por los vestigios ceremoniales que aún se recuerdan, que el Curanto o un “Curanto especial”, formó parte de una ceremonia y estuvo rodeado de todo el cortejo de actos que ejecutaban los pueblos primitivos, en oportunidades solemnes.
A pesar de ser muy conocida la preparación del Curanto, voy a relatarla someramente, con el objeto de mencionar algunos restos del antiguo ceremonial y que los consigno entre comillas, para indicar que en la actualidad ya no se efectúan. En un lugar previamente elegido, por la belleza del paisaje, etc., se abre un hoyo circular en la tierra de más o menos cincuenta centímetros de profundidad y de un metro y medio de diámetro o más según la cantidad de alimento destinados al cocimiento. Se llena el hoyo de leña seca y sobre ella se colocan piedras de regular tamaño. “Se prende la fogata y a su alrededor varias personas giran por breves instantes, dando saltos y entonando un monótono canturreo”. A medida que el fuego se aviva, las piedras se van calentando y algunas suelen estallar produciendo fuertes estampidos. “Si el número de piedras que estalla sobrepasa cierta cantidad, es señal fija que uno de los participantes al Curanto, morirá antes de fines de año”.
Cuando se considera que las piedras están suficientemente calientes, se arreglan formando una especie de mosaico en el fondo del hoyo y se retiran los restos de leña. “Sobre estas piedras así calentadas, se coloca una tabla a modo de puente, para que pase sobre ella, un número determinado de personas (posiblemente la forma más primitiva, consistía en pisarlas directamente, probablemente para prevenir trastornos digestivos). En seguida se vacían sobre las piedras, canastos con todo tipo de mariscos y se van agregando una capa sobre otra y separadas con hojas de pangues, los más variados alimentos; finalmente se tapa todo con sacos y champas de pasto vueltas al revés. “Una vez bien tapado el Curanto, varios de los concurrentes (en la antigüedad, tal vez, el machi seguido de cazadores o pescadores), giran lentamente a su alrededor lanzando gritos (“salomando”), dirigidos a seres invisibles que se encuentran a la distancia, seguramente espíritus del mal, para que se alejen y no alteren el gusto ni la buena cocción de los alimentos”.
Transcurrido cierto tiempo, perfectamente calculado por los entendidos en este tipo de preparaciones, se procede a destapar el Curanto y a comer, todo lo que permita saciar el apetito de cada cual; cuyos jugos digestivos se estimulan al máximo, con las nubecillas de vapor saturadas de una exquisita mezcla de sabrosos olores, procedentes de todos los alimentos ya cocidos al vapor de los mariscos depositados en el fondo.
Como ya indiqué en el curso de esta brevísima descripción del Curanto, anoté entre comillas algunos actos que revisten caracteres de ceremonial y que, no obstante, estar ahora sólo en el recuerdo, son posiblemente los restos de una ceremonia de tipo ígneo, que en su tiempo debió estar revestida de atributos muy especiales y significativos.