Siembras de la Pincoya

Cuando los peces y mariscos, se hacen escasos, es indispensable recurrir al espíritu de la fecundidad de los mares y playas, la hermosa Pincoya, para que siembre en dichos sitios, los mencionados productos, tan indispensables en el sustento de los isleños, en cuanto a su aporte de albúmina.

Para conseguir la presencia de la Pincoya, se contratan los servicios de un “entendido” o “curioso”, quien posee el secreto de atraerla. Para dicho fin, el entendido elige la más baja marea de la noche y en los instantes en que el mar se ha recogido al máximo y deja una amplísima playa al descubierto, se acerca a las mismas orillas y comienza a “salomar”, en direcciones divergentes, en seguida pronuncia una letanía, que sólo él comprende deteniéndose cuatro veces para llamar por su nombre a la Pincoya. Hecho esto, riega semillas de linaza sobre las arenas de la playa, como si estuviera sembrando en tierra fértil. Al mismo tiempo que masculla una rogativa, se va alejando cada vez más de las orillas del mar. Una vez llegado al sitio hasta donde alcanzó la última pleamar, da por terminada su faena.

Es sabido que las pequeñas semillas de linaza, son exquisito bocado para la Pincoya y que al llegar atraída por ellas, en la próxima creciente, retribuirá generosa este manjar, sembrando en esa región, gérmenes de peces y mariscos en abundancia, que podrían ser recolectados en el próximo “pilcán”.

Cuando la Pincoya se encuentra en playas muy lejanas, es menester ir a buscarla personalmente. Entonces el curioso prepara su barca para el viaje llevando a su bordo a varios niños traviesos.

Llegados al lugar, que sólo él conoce, desembarca a los niños en la playa y les pide que jueguen en el mismo sitio, con mucha alegría y bullicio. En seguida fondea su bote, a cierta distancia de la orilla y recita varios romances.

La Pincoya, atraída por la algarabía de los niños y los romances del “curioso”, a los que es muy adicta, se hace presente, pero transformada en una diminuta apancora; el “curioso”, la coge con sumo cuidado y la deposita sobre un muelle lecho de lamilla fresca, acondicionado en el fondo y bajo el castillo de su pequeña embarcación, y regresa satisfecho a su lugar de origen con la valiosa carga y la alegría de los niños. En este sitio y a escasa distancia de la playa, devuelve la Pincoya a las aguas del mar.

Cumplida esta parte de su misión, el “curioso” designa a una “persona mayor”, responsable y seria, para que diariamente administre el alimento a la Pincoya, consistente en resina de quina, semillas de lino y trozos de “Cancato”. Y establece la prohibición absoluta de sacar ningún vegetal de los que crecen en el agua; puesto que al hacerlo, causarían enojo a la Pincoya, que se iría para no volver jamás. También causa su enojo, el hecho de que siempre se tiendan las redes o se marisque en un mismo lugar.

De todo este ceremonial, creo lo más importante y cuerdo, se refiere a la prohibición de arrancar los vegetales que crecen en las playas cubiertas por el mar; puesto que en sus mallas quedan detenidos y se podrán desarrollar los huevos y gérmenes de los futuros peces y mariscos. No es menos sabia la indicación, impuesta por la Pincoya, de pescar o mariscar en sitios diferentes, para evitar que se agote la existencia de estos importantes productos alimenticios.