La Curamilla
A corta distancia del caserío de Cucao, cuyas playas, baña con fuerte oleaje el Océano Pacífico y caminando hacia el sur, nos encontramos con una hermosa laguna rodeada parcialmente de tupido bosque y en el resto, de un arenal cubierto de escasos matorrales de chillos, quiscales y pagues. Un río de aguas tranquilas, nace en sus orillas y por él navegamos en un “bongo”, impulsado por la fuerza de nuestro remero y acompañante, el Yuyo, un indígena de movedizos y brillantes ojos negros. A poco de navegar, se detiene frente a la entrada de una caverna; bajamos a tierra y penetramos con dificultad por un estrecho pasadizo, que nos condujo a una amplia sala de paredes rocosas. Yuyo, cuenta que
antes del último terremoto que movilizó las rocas, era fácil llegar hasta muy adentro; ahora sólo divisamos por una grieta , entre dos inmensas rocas, extenderse la obscuridad que nos hace imaginar la gran caverna, que según Yuyo, se extendía hasta las entrañas mismas de la tierra.
En esta caverna, habitaba, hace muchísimos años, una hermosa doncella quien en los amaneceres de verano, salía a nadar a la laguna. Después de disfrutar largo rato, entre las aguas, se posaba sobre una piedra de oro, “la Curamilla” (de cura=piedra y milla=oro), que emergía de improviso, mostrando una forma cónica y que brillaba intensamente con los primeros rayos de sol. Era de oro macizo y le pertenecía a ella, que la destinaba a su reposo y solaz. En cuanto la muchacha la abandonaba, para regresar a su caverna, la Curamilla, se hundía como tragada por las aguas.
La noticia de esta aparición, llegó a oídos de un forastero quien decidió apoderarse de la bella muchacha y de su piedra de oro. Llegó en una alborada hasta la laguna, ocultándose entre los matorrales y esperó cautelosos, que la doncella se acercara a las tibias arenas de la ribera, para asirla con fuerza y olvidándose de la Curamilla huyó presuroso llevándola consigo a sus tierras lejanas y no se ha vuelto a saber jamás de ellos.
La reluciente Curamilla, desapareció en lo más profundo de la laguna y en ella se perdió para siempre. Muchos la han buscado y la siguen buscando, especialmente los machis, ya que sabido es, que el afortunado poseedor de un trozo de ella puede obtener para sí y también para los demás: felicidad, buena salud y fertilidad.
Este relato, tiene gran semejanza con la piedra cónica puesta en el centro de una fuente, en forma de matriz y bañada constantemente por las aguas del Ganges, que se encuentra en el templo de Ciba, en Benares, la ciudad sagrada de los hindúes. En estos símbolos, ellos rinden culto a Ciba, dios de la fertilidad, la buena salud y el bienestar.