Las Ánimas de Cucao

Las Animas de Cucao

Entre las furiosas olas del Océano Pacífico y las tranquilas y obscuras aguas del lago Cucao, se eleva, a poca altura un cordón arenoso cubierto de algunos matorrales y de una delgada alfombra de pasto verde. Un corto río, abre paso a las aguas del lago que bajan serpenteando hasta el mar. En la planicie levantan sus techos de alerce, una veintena de casas pequeñas, diseminadas sin orden urbano; destacan por su tamaño y altura, en el sitio que parece corresponder al centro del terreno, la escuela y la iglesia.

Hacia al sur, dejando atrás la pequeña hostería de “doña Lucerina”, y siguiendo el semicírculo de la bahía, caminamos por una extensa playa de finas y ricas arenas auríferas, hasta un alto acantilado, junto a un roquerío, que desafiante se introduce en el mar, luchando contra la fuerza implacable de las olas que lo va desintegrando lentamente y sin piedad.

Sobre una de las rocas más altas, en los instantes en que las sombras del crepúsculo invaden las formas, se escucha junto al bramido de las olas: llantos, lamentos y súplicas angustiosas, procedentes de las ánimas que aún permanecen a este lado, muy cerca de los vivos y por tanto, influenciadas con sus pesares, sus amarguras, sus odios, rencores y dolores; sufriéndolos con mayor intensidad, puesto que la envoltura material ya no puede amortiguar, distraer o mitigar esos tormentos.

Las Animas, con desesperación y congoja llaman al mezquino barquero (el Tempilcahue), que no llega a buscarlas, para viajar con ellas, más allá del horizonte, hasta ese lugar soñado por todos los dolientes en el cual reinan la felicidad, el bienestar y la dicha eternas.

Las Almas, dejan escuchar sus lamentos; pero no está permitido, tratar de comunicarse con ellas, y si alguien, por atrevimiento, por desafío o por desconocer esta prohibición les grita: “Animas de Cucao”, al año justo, será invitado por la muerte para integrar ese coro suplicante por entrar a la barca, que los conducirá a la eternidad.

Muchos pueblos marineros tiene leyendas semejantes; por ejemplo los egipcios, cuya vida desarrollaba a orillas del río Nilo: una vez al año el Faraón, realizaba en una barca sagrada un viaje simbólico en un lago sagrado junto al palacio, hasta tocar una isla simulada que se encontraba en su centro y que representaba el reino de Osiris, dios de los cielos, reino de la felicidad eterna.

Todos los pueblos, en general, poseen leyendas similares, de acuerdo a su desarrollo cultural, situación geográfica, etc., que reflejan su afán por resolver favorablemente, la incógnita que plantea, el viaje al más allá.