El Jote

Pariente inferior del arrogante cóndor, acostumbra pararse en el caballete de las casas. En esas alturas, abre ampliamente sus alas, para secar su plumaje en los mismos instantes en que deja de llover y el suave calor de los rayos solares favorece la evaporación.

A decir de los supersticiosos, esta actitud imita a la de un sacerdote, revestido de sus amplios hábitos y en actitud de oración. Cuando un solo jote, inmóvil, como abstraído de todo cuanto ocurre a su alrededor, se alza sobre un caballete, significa que muy pronto fallecerá un individuo del pueblo de muy escasos recursos económicos. Si en cambio de agrega un segundo jote, el futuro muerto será un hombre de mediana fortuna. Y si ya son tres los animales en aparente oración, quien marchará hacia el más allá, será un acaudalado vecino de la localidad.

De acuerdo a evolución de los estados y a la marcha de los pueblos hacia regímenes de gobierno que aspiran borrar las diferencias entre los hombres, desde el punto de vista de los bienes materiales; dejará de tener vigencia el presagio tan acertado de los jotes. Aunque no sería raro que estas aves, desde las alturas, puedan apreciar mejor las divergencias y por tanto ya podrían estar buscando nuevas diferencias, para clasificar a los hombres. Así el jote, pondrá de nuevo en actualidad su predicción fatídica y nos indicará sin temor a equívoco, por ejemplo, la muerte de un
facineroso, le de un mediocre o cuando integren el trío cabalístico, la de un hombre superior, la de un verdadero hombre.

El jote, con sus alas siempre abiertas, que parecen enormes a la mirada de un niño, que vive de los despojos de la muerte y que su color negro recuerda la noche, las tinieblas o el fondo obscuro de una tumba; ha movido la imaginación de los supersticiosos, a tejer esta fúnebre leyenda.